El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – La Crítica de Kant

El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – La Crítica de Kant

En nuestro recorrido por las distintas concepciones acerca de la naturaleza del tiempo, a lo largo de la historia, nos remontamos en el siglo XVIII, en la antigua Prusia, donde un hombre aparentemente común, rutinario y de vida muy tranquila, transformaría nuestro modo de conocer el mundo: Immanuel Kant (1724-1804).

Habitualmente usamos la palabra conocimiento creyendo saber bien lo que significa. Decimos “yo conozco esto”, “conozco aquello”… el lema de El Cedazo es “Comparte conocimiento”… Pero ¿qué es el conocimiento? ¿Conocemos el conocimiento? ¿Todo nuestro conocimiento lo adquirimos en la experiencia, es decir, lo que nos muestran nuestros sentidos sobre el mundo? ¿O existen conocimientos apartados de toda experiencia, que nos permiten justamente la facultad de conocer?

A todo esto, surge la pregunta: ¿el tiempo, es un conocimiento que sacamos de la experiencia?, ¿o está en nosotros a priori (previo a los conocimientos que obtenemos con los sentidos)? ¿Es el tiempo mismo, la facultad de conocer? Kant fue el primero en reflexionar sobre estas cuestiones tan fundamentales, que llevan a planteamientos muy interesantes como, por ejemplo, si es lógicamente posible o no que el tiempo no exista; si hay conocimientos que no impliquen tiempo o están todos sometidos bajo éste necesariamente; entre otras cosas, que verdaderamente dan mucho que pensar. En este artículo pretendo explicar de forma lo más accesiblemente posible, de qué se trata esto.

(En las últimas entradas de esta serie, hablamos de la interesante visión del tiempo según Aristóteles, de qué pasa con este concepto desde el Cristianismo, y de las cuestiones que generan un gran enfrentamiento entre Newton y Leibniz).

Habitualmente consideramos que las cosas que percibimos son elementos fuera de nosotros y que, lo que nos dicen los sentidos -como la vista- acerca de ellos no es ni más ni menos, lo que realmente son. Por ejemplo, si mi sentido de la vista me indica que frente a mi se encuentra un monitor, puedo pensar que ese monitor hubiera estado ahí y en ese momento, independientemente de si lo hubiera intuido -a través de mi vista- o no.

Mucha gente dice “si no lo veo, no lo creo”, pero también es consciente de que existen ilusiones ópticas, espejismos, etc., así que como segundo argumento llegan a decir “si lo toco, entonces es real”. Pero ¿hasta qué punto podemos estar seguros de que conocemos algo como realmente es? El único acceso que tenemos a la realidad fuera de nosotros, es por medio de nuestros sentidos. Pero no basta con que esa información proveniente de los sentidos nos sea dada: esa información necesita ser pensada.

Ahora bien, cualquier sistema de procesamiento de datos -como un computador- necesita tener un mecanismo previo que le indique las instrucciones necesarias sobre cómo debe procesar esa información. A ese mecanismo apartado y previo a todos los datos que obtenemos por los sentidos, Kant llama conocimientos a priori. (No confundamos esto con el uso popular que se le da al término ‘a priori’) En cambio, a lo que adquirimos por la experiencia, lo llama conocimientos empíricos.

Los conocimientos empíricos, como por ejemplo “las masas no superan la velocidad de la luz”, nunca pueden ser universales, ya que existe la posibilidad lógica de demostrar lo contrario. En el caso anterior, bastaría con observar una masa superando la velocidad de la luz, para refutarlo. Es decir, que de la experiencia no podemos obtener conocimientos universalmente válidos, sino sólo decir que hasta el momento no se ha encontrado excepción a cierta regla, como bien ya explicó Awaca.

En cambio, con los conocimientos a priori sucede todo lo contrario. Como están apartados de toda experiencia ¡no existe posibilidad de que sean refutados por ésta!, por lo que gozan de estricta universabilidad y certeza necesariamente válida. Por ejemplo, la proposición “con dos líneas rectas euclídeas es imposible encerrar un espacio” o “si a una cosa le agregamos otra cosa -distinta a nada-, obtenemos algo diferente” son a priori, porque no necesitamos experiencia para comprobar su validez, y por tanto deben ser necesaria y universalmente ciertas, ya que no existe posibilidad de demostrar lo contrario con ninguna experiencia, pues están apartadas de ella.

Entonces, lo que llamamos entendimiento de algo, no es la cosa en sí ni mucho menos, sino ciertos conocimientos empíricos que obtenemos con los sentidos, estructurados o interpretados por los conocimientos a priori que sirven de base, como un Sistema Operativo es plataforma de un Software. De un modo extremadamente simplificado, vendría a ser algo así:

conocimientos

Las dos fuentes de conocimientos son empírica y a priori. La a priori no depende de nada externo, mientras que la empírica son las intuiciones, es decir la facultad de recibir información de los sentidos, quienes son los encargados de tomar ciertos datos de los objetos en sí. Pero estos conocimientos no bastan con que estén ahí y nada más: necesitan ser pensados. Es en el “entendimiento” donde los conocimientos empíricos son estructurados con los que son a priori. Y allí surge, por ejemplo, la idea de que estás sentado frente a una pantalla leyendo esto.

Entonces, no existe una conexión directa “realidad → conocimiento”, y no tiene sentido preguntarnos cómo son las cosas en sí, sino sólo qué es lo que podemos conocer de ellas.

Ahora que tenemos el aparato conceptual, podemos plantearnos: ¿el tiempo es un conocimiento empírico o a priori? Kant, reflexiona que el tiempo no puede ser algo que aprehendemos de la experiencia, sino que debe ser totalmente a priori. ¿Por qué? Consideremos lo siguiente.

Generalmente, pensamos que si quitáramos el tiempo -de forma mágica-, todas las cosas en movimiento se detendrían, es decir, estarían en reposo. Pero, si has leído los anteriores artículos, deberías objetar que el reposo únicamente puede existir si hay tiempo. Por ejemplo, con un intervalo de 0 segundos, no podemos saber si algo está en reposo o no. Y como demostró Galileo, el movimiento no es algo absoluto, sino relativo a quién observa. Por tanto, podemos afirmar que si quitáramos el tiempo, no habría movimiento ni tampoco reposo. Entonces ¿qué habría?

Una pregunta más adecuada sería ¿podría haber algo? Sin embargo -diría Kant-, la pregunta correcta sería ¿podríamos conocer algo? Hagamos el siguiente experimento mental: Imaginemos un espacio amplio, en donde hay objetos cualesquiera. Si queremos, podemos quitar los objetos de ese espacio. Pero ¿podemos quitar el espacio a objetos? Si elimináramos el espacio, el objeto no tendría lugar para existir, por lo que dejaría de ser. Veamos ahora qué pasa con el tiempo. Imaginemos un período de tiempo en donde ocurren fenómenos -y por ende, hay espacio-. Si bien podemos quitar los fenómenos de ese tiempo, no nos es posible eliminar el tiempo de los fenómenos, pues ¡no tendrían momento en donde existir!

Por consiguiente, todos objetos -mejor dicho, lo que podemos conocer de ellos- necesitan del tiempo para poder ser pensados. Kant dice, entonces, que el tiempo es un conocimiento fundamental a priori, que está a la base de todos los demás conocimientos -empíricos y a priori- y que es imposible abstraerlo o eliminarlo de ellos. Si no hay tiempo, no hay conocimiento. Y si dijéramos que el tiempo es algo que obtenemos de la experiencia, quiere decir -como antes mencionamos- que NO gozaría de certeza universal y que sería lógicamente posible negarlo, es decir, sería posible falsearlo con alguna experiencia.

Pero, como acabamos de ver, el tiempo no se puede eliminar ni siquiera de los conceptos a priori, y ¡mucho menos entonces, de los empíricos! De esto sacamos que el tiempo no es inherente a los objetos en sí, sino al sujeto, como la condición necesaria para intuir -y conocer- los objetos. El sujeto no tiene la menor idea y no puede saber si fuera de él existe el tiempo “realmente”, pues no tiene sentido preguntarse cómo es la realidad en sí, sino sólo qué podemos conocer de ella, según este filósofo. Él dice: “fuera del sujeto, el tiempo no es nada en sí”.

Entonces ¿el tiempo es real o no es real?

Atención con lo siguiente, que no quiero que te confundas. Se podría contraargumentar diciendo: las modificaciones que sufren nuestros conocimientos son reales, más allá de que sean reales o no los objetos en sí. Y las modificaciones, o cambios, son sólo posibles en el tiempo. Por lo tanto el tiempo es algo real. Kant considera que esto no contradice su reflexión. El tiempo es real, sí, pero la forma real de la representación de los conocimientos en el sujeto, es decir, la condición necesaria para que podamos pensar tanto los conocimientos empíricos como los a priori.

Lo que NO concede el tiempo, es realidad absoluta, en otras palabras, el tiempo no es real como una cosa en sí que subsiste independientemente del sujeto, contradiciendo así lo que había dicho Newton. Pero tampoco, el tiempo es algo ligado a los objetos mismos, y menos aún un conocimiento empírico, que ya vimos es absurdo, contradiciendo la tesis de Leibniz.

Pero hay un problema más. Hasta aquí, casi todos los pensadores estuvieron hablando de “cambio”, de “modificaciones”, etc., pero sin mencionar expresamente a qué se referían. ¿Qué es el cambio? ¿Qué es lo que cambia? Si decimos que el cambio consiste en que algo que deja de ser una cosa para ser otra, caemos en la paradoja de Parménides, pues si algo deja de ser, entonces no-es ¿y cómo es posible que sea otra cosa, si no-es? Y si lo que fue ya no es, y lo que será aún no es ¿el tiempo es un no-ser?, ¿el tiempo no existe?

Kant resuelve este problema de un modo muy ingenioso, apoyándose en algunos principios físicos de Newton. Cuando decimos que algo cambia ¿qué es lo que está cambiando? Por ejemplo, supongamos que tenemos un papel y que le prendemos fuego. Se podría llegar a pensar, que lo que está cambiando es el papel: “deja de ser un papel, para convertirse en cenizas y humo”. Pero viéndolo más de cerca, podemos decir, que las moléculas que forman el papel, no están dejando de ser, no están dejando de existir, sino que están cambiando en el modo en que existen. Es decir, la substancia material que forma papel no está dejando de existir, sino que está trasformando el modo en que continúa existiendo.

Cuando algo cambia, no hay ninguna cosa física que esté dejando de existir. Lo único que está dejando de ser, es el modo en que la substancia que forma algo, sigue existiendo. Porque al fin y al cabo, cuando se produce un cambio, como por ej., una reacción química, no hay ninguna partícula que esté dejando de ser, sino que cambian de posición entre sí, y la substancia (es decir la materia; no ‘sustancia’ en el sentido químico) que las forma permanece inalterada.

Empero, algún lector avezado estará pensando “¡Ah!, pero en la desintegración de partículas, la substancia sí se está transformando, la masa se puede convertir en energía”, para lo que Kant contestaría “Recuerda la Ley de Conservación de Masa-energía, aquellas nunca pueden dejar de ser, sino sólo transformar el modo en que continúan existiendo: masa y energía no se crean ni destruyen, sólo transforman”.

En realidad, Kant menciona a la Ley de Conservación de Masa, de Lavoisier -¡no de Einstein!- pero la idea es la misma. De esta forma, derriba una de las paradojas más profundas. Cuando algo cambia, NO deja de ser lo que es: sigue siendo lo que era, sólo que ahora su substancia continúa existiendo de un modo diferente. Por tanto el tiempo no está compuesto de no-ser, sino de algo que siempre es: la substancia material. No tiene sentido decir que el tiempo es un pase del ser al no-ser, pues lo ‘cambios’ no son más que simples determinaciones de algo que siempre es, que es la substancia.

Pero ¿esto quiere decir que la substancia existió desde siempre y para siempre? Si tu concepción es que el Universo es eterno, quiere decir que la substancia que hoy forma tu cuerpo estuvo vagando por el Universo durante toda la eternidad. Y si crees que el Universo comenzó en un Big Bang, la conclusión no deja de ser estremecedora: la materia que forma tu piel, tu cabello, tu intestino, etc., tiene 13700 millones de años de edad.

Y otra conclusión interesante que podemos extraer es que ¡estamos compuestos de algo, para lo cual no existe el tiempo!: la substancia. Si no existiera esa Ley de Conservación ¿podría existir el cambio, y por tanto el tiempo? Dejo esta pregunta para pensar.

Admito que estuve a punto de no escribir esta entrada, porque creí que no lograría hacerla en un lenguaje accesible para cualquiera, teniendo en cuenta los complejísimos y abstractos conceptos que entran en juego en la filosofía de Kant. Si quieres ver a qué me refiero, echale un ojo a su obra “Crítica de la Razón Pura”, la materia prima de este artículo. Sí, por eso el título de la entrada es “La Crítica de Kant”.

Un agradecimiento especial a todos los que me dieron ánimo en este aspecto, ¡gracias amigos! En la próxima entrada, nos sumergiremos de lleno en las implicaciones de otros principios físicos, en el tema del tiempo. ¿Por qué el tiempo tiene sólo una dirección?

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El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – Newton vs. Leibniz

El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – Newton vs. Leibniz

Por fin llegamos al punto de la historia en donde se formaliza el estudio de la naturaleza, que por entonces se llamaba Filosofía Natural y que hoy denominamos Física. Más que “formalizar”, convendría decir que recibe un gran impulso -qué digo-, un gigantesco impulso, desde Copérnico hasta Newton, durante los siglos XVI y XVII.

Este “bum” científico –considerado por muchos como el mayor de la historia–, revolucionó la forma de entender al mundo y nuestro lugar en el Universo. Como principal figura en este escenario, el omnipresente inglés Isaac Newton (1643-1727), desarrolla –entre otras cosas– una explicación matemática sólida, del movimiento de los cuerpos y sus interacciones, además de la Ley de la Gravitación Universal.

Un contemporáneo de Newton, fue el alemán Gottfried Leibniz (1646-1716) –de muy interesante pensamiento–, que estuvo enfrentado con el inglés, por varios motivos, como fue la disputa por quién había descubierto primero el Cálculo Infinitesimal, y otros aspectos físicos y filosóficos interesantes, como la naturaleza del tiempo y el espacio –si éstos son absolutos o racionales, si son objetivos o subjetivos, por ejemplo, si dependen de los cuerpos y movimientos o son independientes de ellos, entre otras cosas, que explicaremos en este artículo–.

Antes que nada, un breve repaso: en las últimas entradas de esta serie estuvimos hablando de la riquísima reflexión de Aristóteles sobre el tiempo, que defendía cuestiones como la continuidad, es decir, la infinita divisibilidad del tiempo, la no temporalidad de los ahoras y la necesidad del movimiento y del sujeto consciente, para que exista. Además echamos un vistazo a cómo cambia el concepto de tiempo y el de eternidad, con la aparición el Cristianismo, y cómo se plantea un tiempo lineal. Ahora sí, empecemos con el tema de hoy.

Isaac Newton. Pintura de Godfrey Kneller.

Isaac Newton. Pintura de Godfrey Kneller.

Ocasionalmente, encontramos en algunos textos afirmaciones como “tanto Aristóteles como Newton concebían que el tiempo era algo absoluto; los dos compartían la misma concepción del tiempo”, lo cual es algo totalmente errado. Aunque estos dos personajes estuvieran de acuerdo con la naturaleza ‘homogénea’ del tiempo –es decir, que siempre transcurre al mismo ritmo–, diferían en un montón de aspectos.

Como vimos, Aristóteles decía que sin movimiento, sin cambio, no hay tiempo, y por tanto definía a éste como la medida del movimiento, y agregaba la condición de la necesidad de un alma que perciba el cambio, pues si nadie lo percibe no se puede decir que exista. Pero Newton afirma que el tiempo es algo puramente objetivo y físico, que fluye sin relación con nada externo. Sería, junto con el espacio, como un gran contenedor del acontecer físico, que fluiría independientemente de si hay cambio o no lo hay, o si hay sujeto o no. Es decir, que el tiempo no es la medida del cambio ni de ninguna otra cosa, aunque vulgarmente utilizamos algún movimiento –el de las agujas de un reloj, el del planeta, el de las estrellas, etc.– que nos dan una noción relativa del tiempo, que usamos en vano para intentar aprehender lo que en verdad es el tiempo, el tiempo absoluto.

De este modo, este inglés se encarga de diferenciar el tiempo absoluto y verdadero, del relativo y vulgar en su obra Principios Matemáticos de la Filosofía Natural:

El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí y por su propia naturaleza sin relación a nada externo fluye uniformemente, y se dice con otro nombre “duración”. El tiempo relativo, aparente y vulgar es una medida sensible y exterior, precisa o imprecisa, de la duración mediante el movimiento, usada por el vulgo en lugar del verdadero tiempo; hora, día, mes y año, etc. […] Es posible que no exista un movimiento uniforme con el cual medir exactamente el tiempo [absoluto]. Todos los movimientos pueden ser acelerados o retardados, pero el flujo del tiempo absoluto no puede ser alterado.

Si el tiempo es homogéneo, quiere decir que cualquier parte que tomemos de él, debe ser exactamente igual a cualquier otra parte de la misma duración. Entonces, el tiempo no podría haber tenido origen ni fin, ya que esos límites romperían con la naturaleza homogénea del tiempo. Por lo tanto el tiempo debió existir desde siempre y por siempre, independientemente de cuándo Dios decidiese crear al Universo –entendamos “Universo” por materia, substancias materiales–; lo mismo sucede con el espacio. El tiempo absoluto, entonces, se extiende desde el infinito hasta el infinito, sin relación alguna con los objetos.

Galileo Galilei había demostrado que no existen los movimientos absolutos, sino que éstos son relativos. Esto quiere decir que si alguien está en movimiento uniforme –velocidad constante– por ejemplo en un barco, desde su punto de vista, no existe forma de comprobar si en verdad está en movimiento o se encuentra ‘fijo’. Newton no niega la relatividad del movimiento, pero sí la del tiempo y del espacio. Como vimos, al tiempo relativo lo llama vulgar, y dice que es el tiempo subjetivo intuitivo que tenemos habitualmente, por ejemplo, cuando algunos días nos parecen brevísimos y otros muy largos, siendo todo esto producto de la percepción psicológica de las cosas que nos rodean. Pero en realidad, estamos sometidos a un constante tic-tac-tic-tac que subyace en todo el Universo, independientemente de lo que percibamos.

El tiempo absoluto y matemático de Newton es como una recta real. Todos los eventos que acontecen, tienen un lugar fijo y determinado en esa recta universal, incluso el origen del Universo. Los eventos pueden ser entre sí simultáneos –comparten el mismo punto–, o bien uno anterior a otro, o bien uno posterior a otro, exclusivamente. Por ejemplo si yo percibo que el evento “relámpago” es simultáneo con el evento “caída de una piedra al piso”, de la misma forma debe ser para cualquier otro observador, ya que todos los observadores usan la misma ‘cinta métrica del tiempo’, y no es posible que midan cosas distintas. Todo esto parece muy obvio, pero más adelante veremos cómo esto puede no ser así.

Gottfried Wilhelm von Leibniz. Pintura de Christoph Bernhard Francke.

Gottfried Wilhelm von Leibniz. Pintura de Christoph Bernhard Francke.

Esta concepción del tiempo, parece muy intuitiva y confiable, ya que la experiencia nos dice que el tiempo fluye de manera constante, que nunca se acelera ni se detiene, ni corre en sentido contrario ¡faltaría más! Pero, aunque parezca difícil de creer, Leibniz –quien desarrolló el sistema binario, inventó la tercera máquina de calcular de la historia, entre muchas otras cosas– se encargaría de reducir tota esta concepción hasta el absurdo, adelantándose tres siglos, a la teoría de la relatividad de Einstein –de la que hablaremos en las próximas entradas– y a la física de partículas.

Para Leibniz, el tiempo es algo puramente relativo, ideal (ya habíamos hablado del concepto de idea), relacionalista, y local, esto quiere decir que puede no transcurrir uniformemente, y que no es independiente de las cosas, sino que depende totalmente de ellas, y del sujeto que mide. Si queremos entender qué argumentos utilizó este filósofo para desmontar la tesis de Newton, tenemos que mencionar los tres principios fundamentales de su filosofía:

  • Principio de razón suficiente: ningún hecho puede ser verdadero o existente, sin que haya una razón suficiente para que así sea, y no de otro modo. Es decir que todas las acciones, todos los acontecimientos que existen y existieron tienen una razón por la cual son; si no la tuvieran, no podrían existir. El mundo, la vida, etc. (Lo abreviaremos PRS)
  • Principio de perfección: afirma que Dios eligió la mejor de todas las infinitas posibilidades alternativas con las que contó para crear nuestro mundo. Es decir, que de todos los mundos posibles, el nuestro es el mejor. (Lo abreviaremos PP)
  • Principio de identidad de los indiscernibles o Ley de Leibniz: dice que no existen dos cosas que puedan ser exactamente iguales, que puedan ser indiscernibles, ya que aún teniendo las mismas características, no dejan de ser dos cosas. Por ejemplo si decimos que esta letra A es exactamente igual que esta otra letra A, estamos equivocados, porque aunque sean iguales cualitativamente, no son la misma cosa. (Lo abreviaremos PII)

Este último principio nos da una clara pista de que no es posible que el tiempo sea absoluto. Si decimos que todas sus partes son iguales, es decir, que es homogéneo, estaríamos violando este principio, porque dos intervalos pueden ser exactamente iguales, pero siguen siendo dos cosas, por lo tanto, son diferentes. Entonces, cada “parte” del tiempo tiene que ser totalmente diferente a las demás.

Por otro lado, si el tiempo se extendiese desde infinito hasta el infinito, ¿contó Dios con una Razón Suficiente para crear el Universo en el momento (y en el lugar) en que lo hizo y no en cualquier otro? Si el tiempo es totalmente homogéneo no hay nada que indique que un momento sea especial, ni un espacio especial. Por lo que siguiendo la descripción de Newton, Dios no pudo contar con ningún motivo para elegir algún momento ni lugar en donde hacer su creación, lo cual según el alemán, es inaceptable. Newton argumentaría que la voluntad de Dios ya es razón suficiente, y que no tiene sentido el cuestionamiento. Pero el Leibniz no podía aceptar de ninguna manera que una voluntad fuera una razón — “todos los acontecimientos deben tener una razón suficiente para que así sean, y no de otro modo”, es decir, que no podía asumir que las decisiones de Dios fueran simplemente caprichos.

De modo que si Dios tuviera una razón suficiente para elegir un punto determinado en el tiempo, se estaría declarando que no es homogéneo, sino que consta de partes discernibles, tal como plantea el PII. De este modo, las reflexiones de Leibniz indican que el tiempo no pode ser absoluto.

¿Y qué dice el PP? ¡¿Que nuestro mundo es el mejor de todos los mundos posibles?! A primera vista, parece un poco ingenua esta reflexión. Con tanta maldad rodeándonos, ¿cómo puede ser nuestro mundo el mejor? Por un lado se podría pensar que Leibniz es bastante optimista, que rescata lo bueno, lo que hace que existamos. Dice que Dios, como sabio es, analizó las infinitas posibilidades que tenía para construir un mundo, y eligió la mejor. Plantea que la maldad, es un ingrediente esencial para que el mundo sea, en efecto el mejor. Por ejemplo, si el león mata y come a la cebra, se puede pensar que el león es el malo. Pero si no la matara, no tendría alimento y moriría, y no solo eso; las cebras se multiplicarían a un nivel enorme, y comerían toda hierba desertificando los paisajes y dejando sin alimento a otras especies, incluso a la suya misma, etc. Esto es sólo una metáfora, y no cuesta demasiado aplicarla a todos los aspectos de este mundo.

Leibniz manifiesta que todo está en perfecto equilibrio, que lo bueno necesita de lo malo, y que esto fue meticulosamente planeado por Dios logrando lo que él llama armonía preestablecida, que más abajo veremos cuán importante es en el tema del tiempo.

Y definió al tiempo como un orden de sucesiones, esto quiere decir que el tiempo precisa de los sucesos para decir que fluye. A su vez, los sucesos necesitan de las substancias materiales para -valga expresión- suceder. Por lo tanto, el tiempo es relacional, se relaciona totalmente con la materia y depende de ella, ya que si ésta no existiese, entonces no tiene sentido hablar de tiempo. El tiempo queda así definido, como una abstracción mental, como algo ideal, pero las relaciones que producen esa construcción mental son reales (la materia).

Sin embargo, el tiempo no es el orden de sucesos cualesquiera, sino de los medidos localmente desde un marco de referencia. Sí, Leibniz introduce la noción del marco de referencia que hace que cada observador tenga una línea de tiempo propia, y ya no hay un tic-tac-tic-tac válido para todo el Universo, sino que cada observador puede medir un orden de sucesos, con distintas características que otro. Por lo tanto, decir que si dos sucesos son simultáneos para alguien, así también para cualquiera es algo incorrecto. (Aclararemos bien esto cuando lleguemos al tema de la Relatividad).

Como si esto fuera poco, Leibniz propone que el Universo está compuesto por unas unidades infinitamente pequeñas que llama con el nombre de mónadas (que se puede traducir como ‘unidad‘), de las que podríamos hacer una analogía con las partículas físicas elementales como el electrón, el fotón, etc. Estas mónadas, carentes de pares, son totalmente diferentes unas de otras –en virtud del PII– y constituyen toda la materia del Universo, incluso a vos y a mi. Pero lo verdaderamente interesante de este asunto es lo siguiente: cada mónada es como un micromundo que tiene un “programa interno” de infinitos pasos que le indica todos los movimientos y cambios que debe realizar durante su existencia. Es decir, que en un principio Dios realizó la ‘programación’ de todos los sucesos que le deberían ocurrir a cada substancia individual, a cada mónada.

De modo que cada mónada sabe qué movimientos debe realizar en cada momento específico. Tú crees que ahora estás leyendo esto. Pero en realidad, son las mónadas que forman tu cuerpo, las que se mueven de una manera preestablecida, y producen la ilusión de que tu creas que estás pensando y razonando esto. Por ejemplo, levanta la mano, por favor. Tú crees que a causa de que te estoy indicando esto, tú decides levantar la mano. Pero lo que está sucediendo es que las mónadas de tu cuerpo están realizando los movimientos que tenían programados, para llevar a cabo.

Esto quiere decir, que por más de que creamos que tenemos voluntad para decidir algo, en realidad estamos siguiendo los movimientos que nuestras partículas tenían ya preestablecidos. Supongamos que presenciamos un choque automovilístico. Un automóvil A se estrella contra otro B. Afortunadamente no hay heridos. Pero los dos vehículos quedan destrozados. Desde nuestro punto de vista, podemos decir que “a causa del choque, los autos fueron destrozados”. Es decir, que estamos estableciendo un orden de causa y efecto. Pero si le preguntáramos a Leibniz qué ha sucedido nos respondería algo así: “no hubo ningún contacto ni relación de causa-efecto entre los coches A y B. Lo que ha ocurrido es que las mónadas que conforman esos autos [sí, acertaste], tenían programado moverse de determinada forma en ese momento, logrando que nosotros veamos abolladuras, roturas de ventanillas, etc.”.

¿Qué extrae este filósofo de todo esto?

  • Que no existe la causalidad, es decir que no hay causas que originen efectos, eso es sólo una ilusión. Todas las partículas tienen sus movimientos preestablecidos.
  • Que cada mónada tiene un tiempo propio, su propio marco de referencia. Habíamos dicho el tiempo era el orden de los sucesos, de los cambios. Como cada mónada está aislada del resto, sigue su propio orden de cambios, su propio tiempo. Si el tiempo de una de ellas se detuviese nadie se percataría por ello. Por tanto, como hay infinitas mónadas, hay infinitas ‘cintas métricas de tiempo’, por lo que es absurdo considerar un tiempo que valga para todo, un tiempo absoluto.
  • Que el destino está escrito. Cada mónada contiene dentro de sí el programa, nada más –ni menos– que el futuro.
  • La voluntad es una ilusión. Sólo seguimos movimientos preestablecidos.

De la misma forma que sé que no le crees ni una palabra al pobre Leibniz, en su época también fue rechazado. Durante sus múltiples disputas con Newton –como la hablada aquí–, al inglés no le faltaron aliados que defendieran sus ideas. Te puedes imaginar a que un hombre tan revolucionario y con tan buena reputación como fue Newton, nadie se le atrevería contradecirle. Otra cosa que me llama la atención es que también Leibniz criticó la acción instantánea de la gravedad de Newton. Afirmaba que es una proposición sin sentido. Y como bien supones, fue considerado difamador.

Pero la historia habla, y dice que el equivocado finalmente era Newton. (Bueno, Leibniz también, pero estuvo más acertado que el inglés). Ya que con la aparición de un, un, eh… la verdad es que no encuentro palabras para describirlo; un extraterrestre, digamos, llamado Albert Einstein, se iniciaría una verdadera Revolución a partir del siglo XX –en mi opinión, la mayor en la historia de la humanidad– sobre los conceptos más intuitivos y que creemos conocer bien: el tiempo y el espacio. Y se reivindicaría la consideración relativa de Leibniz sobre tiempo y espacio; dejando a un lado una mentira que intuitivamente aceptamos que es el tiempo absoluto de Newton, como próximamente veremos.

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El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – Desde el Cristianismo

El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – Desde el Cristianismo

Hasta lo que va de la serie, estuvimos hablando de distintas concepciones filosóficas sobre el tiempo en la antigüedad, pero todas ellas sentadas sobre la base de la noción del tiempo cíclico y también de la eternidad –no como un tiempo infinito, sino como negación del tiempo–. Ahora llega el momento de explorar otras bases, por decirlo de alguna manera, muy interesantes, que se contraponen drásticamente con lo visto hasta aquí, y que revolucionarían la forma en que la humanidad interpreta al tiempo.

Ya después de haber hablado de las reflexiones de los antiguos griegos –mencionamos a Tales, Anaximandro, Heráclito, Parménides, Zenón, Platón y Aristóteles–, nos toca remontarnos sobre el año 0, para zambullirnos en las consecuencias filosóficas a partir del surgimiento del Cristianismo, sobre qué se entiende por tiempo, y la importancia de análisis psicológico y moral de éste.

Una advertencia: este artículo NO pretende ser de carácter religioso, sino centrarse en aspectos filosóficos, de forma lo más laicamente posible. Mi intención es exponer las ideologías, lo cual no significa un acuerdo ni desacuerdo por mi parte.

Con la llegada del pensamiento cristiano, no se podía aceptar de ninguna manera que el tiempo pudiera tener características cíclicas. Esto es porque la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, es un episodio único e irrepetible en la historia humana, y marca la razón de su existencia. Además, se establece un punto de Creación, antes de lo cual nada había, por lo que se entiende que el tiempo surgió con el Universo y acabará junto con él en el Día del juicio final, lo que nos muestra la imposibilidad de los ciclos eternos –en el sentido de tiempo infinito– que planteaban los griegos.

Además, Aristóteles había instaurado un ‘axioma’ fundamental, tanto a nivel físico como filosófico, que es que el movimiento solo puede existir cuando existe alguien o algo que impulsa al objeto que se quiere mover. Es decir, que por naturaleza, todos los objetos tienden a encontrarse en reposo, y para que se muevan alguien o algo los debe impulsar. Al principio, esta proposición pareció convincente. Pero empezaron a surgir problemas, como por ejemplo, el que una flecha continúe en movimiento después de haber sido soltada por el arquero. Mientras está en el aire ¿quién la está impulsando para que su movimiento continúe? En fin, con la llegada de Galileo y Newton, el problema fue resuelto, pero no nos adelantemos demasiado en la historia.

¿Y qué tiene que ver esto con lo que empezamos a hablar antes? Que este planteamiento conducía necesariamente a un no-origen absoluto del Universo, ya que el primer movimiento debió ser impulsado por otro movimiento, y este otro movimiento debió ser impulsado por otro movimiento, el cual necesitó ser impulsado, etc., etc. Entonces, no tendría sentido hablar de un primer movimiento que diera origen al Cosmos. Pero con el pensamiento cristiano se rompe este concepto, porque se establece un origen definido y absoluto del Universo, que recibió existencia por la voluntad de Dios. Pero Dios no necesitó ningún impulsor, ya que él siempre existió.

Estas características de no reiteración, de comienzo y fin, de encaminamiento progresivo, y sobretodo de causalidad no- cíclica conforman lo que llamamos Tiempo Lineal –implantado antes por el Judaísmo–. En contrapuesta, se establece otro tipo de “transcurso” que subyace fuera de lo que conocemos como Universo, y que es atributo de Dios, es decir, la Eternidad. Pero como vimos, este concepto puede interpretar de distintas maneras:

  1. Eternidad como un tiempo infinito. Algo aproximadamente, concebible por la mente humana, ya que en la experiencia percibimos los cambios, los movimientos, la degeneración, etc., lo que nos permite tener una noción finita del transcurrir. Para entender el concepto, hay que ampliar ese transcurrir a un marco infinito. (Como una película que no tiene comienzo y no acaba nunca. Siempre que la mires, verás cosas distintas).
  2. Eternidad como negación del tiempo. Es decir, un reposo infinito, inmutable, atemporal, que de todo lo que es –existe- allí, sólo se puede decir que es. No será, puesto que eso implica un transcurrir, una no-igualdad con un estado anterior. Tampoco se puede decir que era, por el mismo motivo. (Como si tomaras una película y le pusieras pausa, para siempre. Siempre que la mires, verás exactamente lo mismo).
  3. Eternidad como fundamento del tiempo. Esto sí es verdaderamente abstracto y muy difícil de concebir por la mente humana. No estamos queriendo decir que hay un reposo infinito, que no hay cambio, etc., sino que lo que fue, lo que es y lo que será sucede todo a la vez en un ‘es’. (Recordemos que ser, se toma como sinónimo de existir). Es decir que lo que ya aconteció, y lo que acontecerá suceden simultáneamente en un acontecer presente. En realidad, esta definición es producto de que soy un ente que vive en un Universo en que las cosas que suceden, terminan de suceder y ese suceso deja de existir. Y no nos es posible asimilar los acontecimientos de otra forma distinta. Por ejemplo, si te dijera que además de un pasado, presente, y futuro, existe un cuarto estado o modo de ser más ¿lo podrías visualizar? Para mí, es terriblemente difícil. Es el mismo caso de que como existimos en un Universo de tres dimensiones espaciales, no podemos visualizar una cuarta dimensión espacial. (Siguiendo la analogía de la película, es como si ésta fuese infinita como en el caso 1, pero que los acontecimientos pasados y futuros suceden simultáneamente, y nunca dejan de existir. Es decir que hay movimientos, suceden cosas, pero nuestras nociones de pasado y futuro no nos sirven para asimilar esto).
  4. Eternidad como inmortalidad, es decir interpretado como sinónimo de vida interminable, por muchas teologías. Pero no pretendo aquí entrar demasiado en ese campo.

Sé que te habrás quedado con muchas dudas, respecto al punto 3 así que vamos con un ejemplo. En un tiempo lineal podemos, por ej., romper un vaso, lo que implica tres etapas:

  1. Vaso íntegro
  2. Acción de romper
  3. Vaso roto

Analicémoslo un momento. Cuando el vaso está íntegro, evidentemente aún no está roto. Cuando se rompe, ya no es íntegro. Es decir que los estados 1 y 3, no pueden ser simultáneos. Y para que exista el estado 3, necesariamente deben primero existir y luego dejar de existir los estados 1 y 2. Todo esto parece muy obvio, pero si el tiempo no fuese lineal, sino ‘eterno como fundamento del tiempo las cosas serían muy, muy distintas.

Si quisiéramos romper el vaso en esta “configuración de tiempo”, no haría falta: ya estaría roto. ¡Ah!, pero para que esté roto, primero debió estar íntegro. No, porque simplemente no existe un primero, ni un después — el vaso está íntegro y roto simultáneamente y la acción de romper no empieza ni culmina, sino que permanece. Esto parece una contradicción rotunda, ya que vivimos en un Universo donde los acontecimientos siguen un orden o número, tal como definían Platón y Aristóteles. Más adelante en la serie hablaremos de este caprichoso orden o flecha unidireccional del tiempo.

Agustín de Hipona. Pintura de Sandro Botticelli.

De modo que la filosofía cristiana, se fue desarrollando en base a estos dos sistemas temporales: por un lado el tiempo lineal en el mundo terrenal, y por otro lado el tiempo en o de Dios: la eternidad –concebible por los humanos, por medio de la fe–. Uno de los más importantes filósofos dentro de esta doctrina, fue Agustín de Hipona (354-430) –citado al comienzo de la serie–, que profundizó los trabajos de Aristóteles que cuestionaban si el tiempo es o no es, y si, por tanto, es algo físico o psicológico.

Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es él y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?

Agustín, así, toma como punto de partida una reflexión aristotélica: si lo que sucedió ya no es, lo que sucede no se detiene para ser, y lo que lo que sucederá aún no es ¿el tiempo, pues, es o no es? Como argumento, respondería que percibimos el ser del tiempo porque tanto el pasado como el futuro son, es decir que existen pero no en el movimiento –como decía Aristóteles– sino en el alma –entiéndase entidad, mente, conciencia–. Por lo tanto el tiempo deja de ser algo físico –que, de ser así, estaría compuesto de no ser, lo que lleva a una contradicción– para ser algo puramente psicológico y perceptivo.

Afirmaba, entonces, que no existe uno, sino tres tipos de presentes: el presente del pasado, el presente del presente, y el presente del futuro, que únicamente pueden ser en un alma. Pero no es un presente que permanece –que de ser así estaríamos hablando de eternidad, no de tiempo– sino que es un presente que deja de ser, pero que no es destruido completamente. Sino ¿cómo puede ser concebido lo que constantemente deja de existir, y no se detiene en ningún momento para ser? Como si te mostraran una película cuyos fotogramas permanecen 0 segundos, es decir, no permanecen tiempo alguno de modo que los puedas ver. ¿Cómo es posible, entonces, que podamos percibir el cambio? Allí radica el papel fundamental del alma en esta cuestión, que nos muestra lo que ya no existe, de modo que podamos armar una secuencia de infinitas etapas, que asimilamos como tiempo. Por ejemplo, cuando visualizas algo que viste en el pasado, estás contemplando cosas que ya no son, cualidad que según este filósofo, es propia y única del alma.

Consciente de la linealidad del tiempo, Agustín admite que éste no pudo surgir en algún otro momento que no fuera el punto de Creación. Pero ¿qué quiere decir “en algún otro momento”? Decir esto, está indicando necesariamente la presencia de tiempo, aunque paradójicamente estamos tratando de hallar el momento en que surge éste. Por lo tanto, la proposición “el tiempo surgió en tal momento” carece de sentido; de la misma forma que decir “el Universo surgió en tal lugar”.

Recordemos que más allá de “lo que realmente sea” el tiempo, los humanos no somos máquinas de captar realidad, sino que estamos limitados por los sentidos y nuestra mente, que actúan como un filtro, que se queda con ciertas cosas y desecha otras. Como es el hecho de que un mismo estímulo puede generar múltiples percepciones:

optica

(No recuerdo el autor; si alguien lo sabe, por favor que me lo diga y lo añado).

¿Qué ves allí? ¿Un hombre montando un caballo? Alejate unos metros del monitor. Bueno, pero ¿qué quiero decir con esto?, que por más que el tiempo sea algo “homogéneo”, cada persona puede percibirlo de distinta manera. ¿No has notado alguna vez, que ciertos días parecen más cortos o largos que otros?, ¿o que cuando estás disfrutando de algo, el tiempo ‘pasa volando’? Así de compleja y mucho más, es la mente humana. Si quieres profundizar un poco sobre el radical papel de la observación, puedes leer la entrada de Awaca. (Por cierto, se está cocinando una nueva serie sobre psicología de la percepción visual, ilusiones ópticas, y… Pero todavía no puedo anticipar nada. Puede que tal vez, aparezca antes otra serie de similar temática de la mano de un amigo).

De esta forma, filosofías como la de Agustín, plantarían la semilla del análisis psicológico de nuestra percepción del tiempo. Y este pensador, hace otra interesante reflexión, en Confesiones XI, (presta mucha atención, por favor):

Y, sin embargo, Señor, sentimos los intervalos de los tiempos y los comparamos entre sí, y decimos que unos son más largos y otros más breves. […] Mas los pasados, que ya no son, o los futuros, que todavía no son, ¿quién los podrá medir? A no ser que se atreva alguien a decir que se puede medir lo que no existe. Porque cuando pasa el tiempo puede sentirse y medirse; pero cuando ha pasado ya, no puede, porque no existe. […] Mido el tiempo, lo sé; pero ni mido el futuro, que aún no es; ni mido el presente, que no se extiende por ningún espacio; ni mido el pretérito, que ya no existe. ¿Qué es, pues, lo que mido? ¿Acaso los tiempos que pasan, no los pasados?

Cuando medimos el tiempo ¿qué estamos midiendo realmente? Aristóteles respondería regodeándose “¡El movimiento!”. Pero Agustín analiza el asunto desde otra perspectiva. ¿Cómo podríamos medir el pasado que ya no es, y el futuro que aún no es? Lo único que podríamos medir, es el “pasar” del presente, pero no el presente mismo, ya que éste no posee duración. Pero si no posee duración ¿cómo es posible que podamos medir algo de él? Este filósofo reflexiona que la única forma de que esto sea posible, es por medio de un alma, como dijimos, que tiene la cualidad de mostrarnos lo ya no existe y que ‘secuencia los fotogramas’. Concluye, entonces, que el tiempo de por sí solo, no existe como algo físico, si no es asimilado por alguien, y hasta propone que el alma misma sea finalmente eso lo que llamamos tiempo.

Mecanismo de un reloj de resortes.

Mecanismo de un reloj de resortes, alias Máquina de infierno

Por otro lado, en el fragmento anterior cuestiona, desafiante “A no ser que se atreva alguien a decir que se puede medir lo que no existe”. Medir cosas que no existen, y por tanto medir el tiempo, era considerado privilegio único e irrefutable del alma. Por eso, la difusión del reloj mecánico autómata, por sistemas de engranajes, en los siglos XIII y XIV, fue de gran trascendencia filosófica, ya que extendió una noción cada vez más laica del tiempo. Aunque primeramente, el reloj mecánico fue considerado por muchos teólogos, como una máquina del infierno, que usurpaba el derecho divino del alma: medir el tiempo. Esto parece un poco irónico, ya que algunos años después, se empezarían a montar enormes relojes, precisamente, en las iglesias.

Por el siglo XIII, además, otro importante filósofo, Tomás de Aquino, se encargaría de “acoplar” la filosofía de Aristóteles, con las doctrinas de la Iglesia, que hasta entonces se consideraban incompatibles, reivindicando la importancia del análisis físico del tiempo. Este sería el puntapié inicial para que más tarde, con la llegada de imponentes figuras como Newton, Leibniz, entre otros, se iniciara una revolución sobre qué entendemos por tiempo. Así que de eso hablaremos en la próxima entrada. (No, no me canso de escribir).

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El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – Platón y las Ideas

El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – Platón y las Ideas
En lo profundo de la historia de la humanidad, nació una palabra y con ella, la necesidad de un significado, que revoloteó sobre una incontable cantidad de mentes, en busca de hallarlo. Es el día de hoy, que esa palabra, continúa en la espera de encontrar una certera definición: ¿Qué es eso que llamamos Tiempo?

En esta serie, ya hablamos de una de las primeras nociones filosóficas sobre el “transcurrir”, al que se le atribuyeron características Cíclicas; y vimos cómo podría, al fin y al cabo, ser una ilusión, que esconde a la verdadera realidad, donde juega la Eternidad como un no-tiempo, y cómo filósofos como Zenón intentaron demostrarlo a través de ingeniosas Paradojas.

Hoy hablaremos de uno de los filósofos más trascendentes de antigüedad, en pos de desentrañar sus concepciones de este término tan fantasmagórico. Por 427 ó 428 a. C. en Atenas, nacía Platón, autor de una amplísima cantidad de obras en forma de diálogo, tales como La República, Fedro, El Banquete, Timeo, Las Leyes, entre muchas. Fue el discípulo más importante de Sócrates, otro gigante del pensamiento, del cual recibió gran influencia; y fue quien marcaría el camino del desarrollo de la filosofía hasta nuestros tiempos.

De un modo similar a Parménides, de quien también recibió influencias, Platón distingue en la realidad, dos mundos separados: el mundo inteligible y el mundo sensible. A las manifestaciones del mundo inteligible, las denomina “ideas” y apropia a esta realidad de cualidades como inmaterial, inmutable, eterna, indestructible, y en fin, nos encontramos con la concepción del Ser, planteada por Parménides. Sin embargo, a diferencia de éste, Platón dice que esta realidad constituye el modelo perfeccionista del mundo sensible –el mundo material, sometido al cambio, a la generación y destrucción, etc., es decir, la realidad que percibes con los sentidos, y que resulta no ser más que una copia errada del mundo inteligible–. No te preocupes, ahora me explico.

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El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – Paradojas de Zenón

El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – Paradojas de Zenón
Habíamos presentado esta serie, en donde ya hablamos la concepción filosófica del tiempo desarrollada por los primeros hombres, que describía procesos Cíclicos que se repetirían hasta el infinito pero, como vimos, que sea infinito no implica necesariamente que se trate de algo Eterno, lo cual fue primeramente interpretado como argumento de la inexistencia del tiempo.

(Si te gustan los acertijos, paradojas, contradicciones, enigmas del infinito, curiosidades, etc., no te puedes perder este artículo).

Hoy continuaremos explorando otras argumentaciones que intentaron demostrar que eso que nos es tan familiar, que damos por hecho y no discutimos su existencia, puede en realidad no ser cierto. Hablaremos de las Paradojas de Zenón, que pretendieron demostrar, a través de lógica, que tanto el movimiento como el transcurrir del tiempo, son puras apariencias ficticias, aberraciones de nuestros sentidos, que no existen realmente, y que están llenas de contradicciones.

Uno de los discípulos de Parménides fue Zenón de Elea, nacido aprox. por 490 a.C. Zenón recibió gran influencia de su maestro, pero no le bastaron sus ideas para conjeturar que el mundo cambiante y en constante devenir que estás contemplando ahora no es más que una ilusión; y creía fervientemente que había encontrado las herramientas lógicas para probarlo, a través de la reducción al absurdo.

Como la mayoría de los presocráticos, no se conservan escritos de este filósofo, pero conocemos su obra gracias a las alusiones que hicieron Platón, Aristóteles y Simplicio, entre otros.

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El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – La Eternidad como el no-tiempo

El Cedazo : Eso que llamamos “Tiempo” – La Eternidad como el no-tiempo

Después de haber presentado esta serie, en donde hablaremos de las interpretaciones filosóficas más trascendentes acerca del concepto del tiempo, a lo largo de la historia, hicimos un breve análisis, –citando también a dos de los considerados primeros filósofos- de la concepción del tiempo Cíclico, en la Antigua Grecia.

Como vimos, una de las cualidades que implicaba esa interpretación, era un constante proceso del “orden” al “caos” para luego iniciar un suceso del “caos” hacia el “orden”. Es decir que el tiempo consistiría en una psicodélica secuencia “caos-orden-caos-orden…” Pero, entonces, ¿qué fue lo primero que inició esa secuencia? Como hablamos, Tales pensaba que lo primero –el arjé– era el agua; en cambio Anaximandro supuso que era más abstracto e indefinido –el ápeiron-.

En definitiva, esa continuidad de ciclos se mantendría durante un período infinito. Pero que sea infinito NO significa que sea eterno. Porque lo eterno, alude a lo que no tiene principio ni fin, que no varía en ningún momento, que no produce ciclo alguno, que permanece constante y que hasta es considerado como la negación del tiempo. De eso hablaremos en este artículo, de la Eternidad, y nos toparemos con la primera concepción de algo verdaderamente abstracto: el Ser.

Para conocer las raíces del concepto mencionado, creo conveniente antes hablar de uno de los antecesores de quien por primera vez, reflexionaría sobre la Eternidad.

Heráclito, nacido en 544 a.C. en la ciudad de Éfeso, fue una de las figuras más notables entre los antiguos, de quien se conserva gran parte de sus obras. Pero como su pensamiento era tan profundo, y su estilo tan hermético, así como paradójico, se lo llamaba “El Oscuro de Éfeso”

Heráclito de Éfeso, alias “el Oscuro”. Pintura de Raffaello Sanzio.

No fue otro sino él, quien le dio una sacudida al pensamiento de aquella época, al advertir que todo en la realidad está sometido a constante cambio y que por tanto, es imposible definir cualquier cosa que pertenezca a ella, porque inmediatamente deja de ser lo que es para ser otra cosa. El axioma de Heráclito por tanto era: todo fluye, nada permanece, sólo lo inestable y mutable. Por eso nunca una persona tendrá dos veces la misma experiencia, ni verá dos veces lo mismo: el todo está sometido a un constante devenir.

“Ah, pero cuántas veces he vivido yo la misma cosa, exactamente igual”, tal vez alguien piense. Veamos un ejemplo. Supongamos que te levantas a las 7:00 a.m., luego desayunas, te bañas, lees el periódico, sales de tu casa, caminas hasta la parada del autobús que te lleva hasta tu trabajo, esperas, llega el autobús y subes. Luego de eso, tienes un día “normal”, “habitual”, donde no sucede nada fuera de lo común. Al día siguiente, te levantas a las 7:00 a.m., luego desayunas, te bañas… etc. exactamente como ayer.

¿Y dónde está el cambio, dónde está la transformación? Bueno, para empezar, tú ya no eres el mismo de ayer –no, en serio-; tu apariencia, peso, estatura, humor han cambiado, eres un poco más viejo, tu conocimiento se ha incrementado, etc. En segundo lugar, no te levantaste exactamente en el mismo instante que ayer, no desayunaste lo mismo –o en otras cantidades-, tuviste que esperar un tiempo distinto a que llegue el autobús, cuando subiste viste otras caras, etc.

Bueno, pero ¿y eso qué me importa?, es insignificante. Nada es insignificante. Si te levantabas unos minutos más tarde, y llegabas a la parada del autobús un poquito después, por ejemplo, ibas a tener que esperar tremendo rato hasta que llegue el próximo; o si desayunabas lo mismo de ayer, no te hubiera sorprendido en medio de la calle, una fogosa descompostura estomacal, etc., etc. Ni que decir, de todas las cosas que a otras personas afectan tus decisiones “insignificantes”: todos estamos unidos por redes. Y los más pequeños factores iniciales pueden producir grandes consecuencias. (Dentro de la Teoría del Caos, hay un concepto muy peculiar que explica esto, llamado Efecto Mariposa).

Y si quieres hilar más fino, podríamos decir, que tu temperatura corporal cambió la temperatura ambiental, que tu fuerza de atracción de gravedad modificó la inclinación de la Tierra, que tu exhalación cambió la composición química de la atmósfera, que modificaste la proporción masa-energía del Universo, etc., etc., etc. Es decir que, siguiendo este razonamiento, nunca ocurrirá dos veces exactamente lo mismo. (Hoy sabemos, gracias a las Teorías de Probabilidades que, por más que los factores sean muchísimos pero finitos, la probabilidad en cuestión es ínfimamente pequeña, pero no nula. Igualmente esto no se aplica en la vida cotidiana).

Es por esta reflexión, que Heráclito decía que

Al mismo río entras y no entras, pues eres y no eres.

O traducido de otra forma:

Un hombre no puede entrar dos veces en el mismo río.

Y plantea que el símbolo del cambio eterno –así como el arjé– de todas las cosas las cosas es el fuego, el más mudable de los elementos, más inconstante que el agua y el aire; es el elemento que nunca reposa. Para él, el fuego es el origen de la vida: “el calor corporal es la expresión del alma”. Pero también, es el elemento que consume todas las cosas, que da vida y muerte.

Entre todos los cambios y variaciones, sólo una cosa podía permanecer constante: la oposición. Es decir, incitó que sin oposición, ninguna vida es posible:

Sin hambre no hay saciedad; sin fatiga, no hay reposo; sin enfermedad, no hay curación. Si no hubiera injusticia, no habría justicia. […] La guerra es el padre de todo, el rey de todas las cosas.

Y además fue uno de los primeros relativistas; aceptaba que todo juicio es relativo:

Comparado con un hombre, es feo el mono más hermoso. Pero el hombre más hermoso y más sabio, comparado con Dios, parece un mono.

Algunos años más tarde, Parménides de Elea reflexionó sobre la idea misma del cambiar, del devenir y del fluir de las cosas, y concluyó que la doctrina de Heráclito, presenta una paradoja, que tal vez tú ya hayas podido anticipar: el ser deja de ser lo que es, para ser otro ser. No lo tomes como un juego de palabras; si a la primera no lo entendiste o no le encuentras la gracia, ponte a pensar unos minutos. (Desde aquí comienza a leer con mucho detenimiento).

Parménides de Elea.

Aldeano: –Discúlpame Parménides, ¿qué es el ser?
Parménides (voz ronca): –Mmm… El ser es, mas el no-ser no es. Jojojo.
Aldeano: –¡Muchas gracias, me quedó clarísima la explicación!

A partir de cuestionamientos como el nombrado, Parménides se convierte en el primer filósofo en plantearse el problema del ser en sí mismo en profundidad, o qué es lo que sí es. A diferencia de Heráclito, consideraba a la diversidad y variedad de los fenómenos naturales como simples ilusiones aparentes: como el no ser, en oposición a la realidad interna, única y verdadera: la realidad del ser, que es inmutable. El ser no tiene comienzo ni fin, no cambia de aspecto ni de lugar, no es igual a nada sino a sí mismo, ni surge ni desaparece. Así que sintetizaba su tesis diciendo:

“El ser es y el no ser no es”.

En consecuencia, planteaba que no existe cambio ni diversidad. Este concepto es muy difícil de asimilar, ya que estamos expuestos en un mundo donde contemplamos vivos colores y vemos cosas en movimiento, y en realidad estamos siendo engañados por nuestros sentidos. El no ser no es más que un mundo de apariencias del cual no podemos adquirir un conocimiento estable y firme. Sólo el pensamiento lógico nos permite conocer algo. Es este el centro de la doctrina de los eleáticos: “Pensar equivale a existir”.

Este sistema de pensamiento de Parménides, fue en su época, el más abstracto jamás alcanzado por filósofo alguno; ya que su concepto del ser no tenía ninguna relación con lo concreto. Cuando se intentaba dar una descripción de lo que es el ser –abstracto y puro-, únicamente se podría decir que “era”, porque al incluirle calificativo cualquiera se coloca al ser en el mundo de los sentidos y se lo hace perceptible desde el mundo del no ser. Era imposible ir más lejos en esa abstracción…

En la izquierda el ser; en la derecha el no ser.

Todo muy interesante, pero… ¿qué tiene que ver esto con el tiempo? Bueno, como dijimos, el ser que plantea Parménides, permanece invariable en el tiempo, sin cambios, inmutable, inmóvil, ingénito: eterno. Es esta la primera noción que se desarrolla del concepto de Eternidad como un no-tiempo. ¿Eh?

Vamos por partes: en esta filosofía se diferencian claramente dos mundos: el ser, y el no ser. Según Parménides, el mundo que estás contemplando ahora mismo, no es, es decir que estas viendo una manifestación del mundo del no ser –ilusiones aparentes e irreales-. Y como dijimos antes, todas las percepciones de esta “realidad”, todo lo que nos muestra los sentidos, pertenece al no ser, es decir: los colores, los aromas, el movimiento, el cambio, el devenir, el tiempo. De tal manera, este filósofo concluye que el tiempo pertenece al no ser, que el tiempo no es, que el tiempo no existe.

Y todo esto se basa en el hecho de que –a diferencia de Heráclito que postulaba que el ser está en constante cambio y devenir- el ser es permanente, invariable, estático, eterno, es lo único que en verdad existe, lo único que es. Parménides no podía aceptar de ninguna manera que el ser pudiera dejar de ser lo que es, porque si fuera así no sería el ser que era, sino que sería un no-ser, por lo que entraría en el mundo de la experiencia, en el mundo del no ser, y todo esto llevaba a una contradicción ya que “el ser es y el no ser no es”.

O por ejemplo, si dijésemos que el ser es móvil, tendría que moverse a través de algo, pero ese algo ¿es o no es? Cualquiera sea respuesta presentaría contradicción ya que si es, entonces estamos hablando de la misma cosa: del ser –que es único y homogéneo. Mas si no es, no tiene sentido puesto que pertenece al no ser, el cual no es: no existe y nada puede surgir de ó en él.

Ya sé que tal vez estoy dando más vueltas que un planeta, pero quiero que quede claro este razonamiento tan distante de nuestro sentido común, para poder avanzar sobre otras concepciones aún más abstractas y profundas.

Lo que acabamos de ver en este artículo, son las raíces del concepto de Eternidad; aún quedan muchas cosas por decir de esto. Pero para no alargar el artículo, lo seguiremos en otro, más adelante. Hasta la próxima.

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